Mi reseña sobre el trabajo del economista francés Thomas Piketty, Capital en el siglo XXI, publicada la semana pasada, levantó ámpula a juzgar por la reacción de muchos de mis lectores que enviaron apostillas, que mucho agradezco, y que atenderé a continuación.
En primer lugar, admito que no he leído el trabajo completo de Piketty ni mucho menos he estudiado la enorme serie de datos en la que se basa. Sustento mis observaciones en la abundante literatura que ya se ha acumulado haciendo un escrutinio a fondo del trabajo referido.
Como mencioné en mi artículo, ha habido muchos analistas serios escudriñando este texto, al margen de las reacciones puramente ideológicas que vale la pena desechar, incluyendo los “twits” de algunos lectores diciendo “…antieconomistas… ¿porque consideran lo social?…, ¿de extrema izquierda?”
Confieso que no “twiteo” y que no califico como antieconomista a nadie por atender temas sociales o por no atenerse a la ortodoxia de la economía clásica, sino cuando sus comentarios son sólo dogmáticos, como los de Joe Stiglitz y Paul Krugman,ubicados en la extrema izquierda en el espectro político de los Estados Unidos.
Las series de tiempo sobre la distribución del ingreso para más de un siglo y veinte países en las que han trabajado, además de Piketty, Anthony Atkinson y Emmanuel Sáez, respectivamentede las universidades de Oxford y California-Berkeley, es un trabajo que merece el mayor reconocimiento y que documenta la tendencia a la concentración del ingreso en los últimos 30 años en muchos países.
Mi maestro Arnold Harberger, con quien platiqué la semana pasada, me dijo que estuvo presente cuando Sáez y otros coautores presentaron su trabajo en UCLA y que su análisis era muy interesante, sobre todo al plantear cómo los salarios de los ejecutivos en la cima de la distribución se han disparado en exceso en las últimas décadas sin ninguna correlación con una mayor productividad de los favorecidos.
Harberger, profesor emérito de la Universidad de Chicago, quien a sus 90 años sigue dando clases en la Universidad de California-Los Ángeles y es uno de los más reconocidos expertos en el ámbito de las finanzas públicas, percibió en la exposición aludida que cuando los autores pasaban de su análisis a sus prescripciones de política, había sesgos ideológicos que no eran parte integral de su investigación.
Si el problema de la creciente concentración se encuentra en mercados que nos están funcionando bien, como es la fijación salarial de los altos ejecutivos por parte de los consejos de administración de las empresas, quienes a su vez son nombrados por sus directivos, el problema radica en una colusión en perjuicio de los accionistas que carecen de mecanismos efectivos para defender sus intereses frente a los dirigentes.
En este caso, sin embargo, la redistribución de la riqueza se da en perjuicio de los dueños de las empresas que ven disminuir su valor por la excesiva remuneración de los funcionarios, y no de los trabajadores pues la determinación de sus salarios se da en forma independiente e inconexa con la de los directivos de las compañías.
Pero el libro de Piketty se concentra no en el ingreso, que es un flujo anual, sino en la riqueza, que es un acervo –es decir, la suma de todos los flujos pasados menos la depreciación- y sustenta que ha habido un continuo crecimiento de la riqueza, que en su definición es igual al capital, respecto al ingreso en épocas recientes.
Proyecta que esta tendencia continuará el resto del siglo a partir de la hipótesis que la tasa de rendimiento del capital será mayor que la tasa de crecimiento de la economía, lo que conducirá a una mayor proporción de capital a ingreso y, en consecuencia, a una cada vez mayor concentración de la riqueza y del poder político entre los más acaudalados, el ruin y avaricioso 1% de los de hasta arriba.
El problema de este pronóstico es que se asienta en suponer un comportamiento del ahorro y del consumo de la sociedad que no son realistas y que pocas veces se han dado en la historia, como las propias series de Piketty y sus colegas lo acreditan.
Dónde pasan a ser ciencia ficción los argumentos de Piketty, lo que reconoce hasta Robert Solow –guía intelectual y maestro del secretario de Hacienda Luis Videgaray– que en general los aplaude, es en su recomendación de gravar universalmente los ingresos personales a una tasa anual del 80% y la riqueza a una del 2%.
¡Fantástico!
Fuente: Asuntos Capitales (México)